domingo, 11 de abril de 2010

Diálogos entre Don Eufrasio y Don Cristóbal

(Dos individuos conversan en un café en plenas vacaciones de Semana Santa)
Don Cristóbal- ¿Sabe qué he leído hoy, Don Eufrasio?
Don Eufrasio- Sorpréndame, ¿una típica noticia sobre las procesiones en Semana Santa o un relato envidiable sobre la sobresaliente vida de Nuestro Archi-Inmaculado Señor Jesucristo?
D. Cristóbal- Vaya pues sí que está usté contento con los eventos que estos días acaecen.
D. Eufrasio- No, simplemente lo digo porque mi vena cientifista y agnóstica se agranda cada vez que oigo esas narraciones cargadas de un terrible sadismo con el objetivo de enternecer más, si cabe, nuestro corazón. Puro oportunismo, ya sabe, se aprovechan de la sensibilidad de la gente en estas fechas para ensanchar las filas del fideísmo católico. Apuesto a que la mayoría de los que se consideran católicos no tienen ni idea de porqué en plena agonía, Jesús gritó: "¡Padre, Padre! ¿Por qué me has abandonado?" cuando supuestamente Él también es Dios. Además si estaba cumpliendo con su misión, ¿porqué iba a ser tan pesimista?
D. Cristóbal.- Don Eufrasio, no se altere pues me temo que aquello de lo que yo le iba a hablar no se trata de ningún relato bíblico. Es algo mucho más cercano. Algo que de veras me ha paralizado el corazón durante un largo segundo. Lo he leído en el "Adelantado de Babilonia", ese periódico local que tiene buena sección de sucesos. Verá usté, Don Eufrasio, contaba un relato espeluznante sobre un robo en la hacienda de un vecino granjero. Entraron unos bandidos en su casa con nocturnidad y al no encontrar rastro alguno de la caja fuerte fueron a coaccionar directamente al cabeza de familia. Éste no quería que los acontecimientos que en ese momento estaban sucediendo disturbarán el sueño en el que su mujer e hijos se veían sumidos. Así pues intentó en primera instancia hacerles entrar en razón del alcance de sus fechorías y de la posible pena a la que estarían expuestos si este delito se diera a conocer a las autoridades. Los malhechores reaccionaron como si hubiesen sido insultados y amenazaron con mutilar parte a parte su cuerpo hasta que el granjero colaborara con el malvado propósito. LLegados a ese punto les insistió en que si no perfeccionaban sus acciones él prometería no decir nada a la policía, les estaba ofreciendo una solución pacífica: olvidar la cárcel y empezar de nuevo. Parecía que sus palabras sentaban aún peor a aquellos desalmados de manera que comenzaron con la macabra operación: lo sacaron del cuarto conyugal, lo desnudaron de arriba a abajo y empezaron estirpando las primeras extremidades inferiores de su cuerpo. Daba la sensación de que no iban a cesar en su empeño hasta que el desafortunado pater familias confesara el emplazamiento de dicha caja. Mientras tanto, los bandidos continuaban con sus planes, gritándole a la par que recordándole el lamento que iba a experimentar su familia cuando vieran su cuerpo demacrado. El granjero, supongo yo, pretendía hacerles entrar en razón y que se dieran cuenta de las atrocidades a las que estaban dispuestos a llegar.
D. Eufrasio.- ¡Qué monstruosidad! ¿Y la familia, qué pasaba con ella?
D. Cristóbal.- Y que lo diga D. Eufrasio. Los verdugos parecía que habían perdido de vista su primer objetivo focalizando todo su odio en la insolencia del lugareño. Ahora el asunto se había convertido en algo más personal al no entender porqué aquel campesino resultaba ser tan testarudo. Al fin y al cabo era una simple caja fuerte, creería el campesino.
D. Eufrasio.- ¿Y al final qué pasó, se dieron cuenta de las barbaridades que cometían?
D. Cristóbal.- En ese momento no, ya que la sangre derramaba por toda su frente inundando sus pupilas de un color rojo burdeos. Las burlas y risas se mezclaba con el sonido estridente del cuchillo que ya prácticamente sólo tocaba hueso. Sentía las pulsaciones de tal manera que le parecía tener un tambor en lo más profundo de sus oidos. Las lágrimas de desperación se camuflaban con el amoratamiento de sus mejillas. Su fuerza fue difuminándose con el sentir de sus extremidades, ya no creía tener más aliento para pedir ayuda. Por un momento se debió arrepentir de haber gastado el último suspiro de sus pulmones en intentar hacerles entrar en razón. Los mejores momentos de su vida pasaban como sencillas diapositvas. Lamentablemente el dolor de sus órganos en carne viva le hacía volver inmediatamente de la boda de su hija, del nacimiento de su primer hijo... No sabía si seguía vivo o se encontraba en un paso previo al más allá. Lo único que sabía es que jamás volvería al mundo en el que había pasado su vida. Sin embargo, cuando la fechoría se les había ido totalmente de las manos y los dedos de los delincuentes estaban perfectamente teñidos de un rojo tan vivo como ninguno de ellos antes había visto, se oyó un breve lamento. Era semejante al sonido de un tímido grillo en una noche de verano. Parecia que el "no muerto" pretendía decir algo entre sollozos.
D. Eufrasio.- Es horrible... ¿Qué dijo?
D. Cristóbal.-Al principio eran sonidos incomprensibles, más tarde sacó fuerzas de algún rincón de sus pulmones para decir: "algún día sabréis la barbarie de esto". Se quedaron mirándose entre ellos patidifusos. Era como si un muerto les estuviera dando una lección, uno de ellos se enfadó todavía más si cabe mientras que el otro sintió un pinchazo de arrepentimiento un su corazón. El ofendido se disponía a asestar el golpe mortal al pobre individuo cuando volvieron a oir algo de su boca: "me agradeceréis esto".
D. Eufrasio.- Pero ¿porqué tuvo que soportar todo eso?, ¿simplemente por intentar ayudar a unos malditos dementes a que se dieran cuenta de qué era lo correcto? Es espeluznate. No creo que exista nadie con tantas agallas ¿Cuál era el nombre malparado vecino?, ¿lo conocíamos?
D. Cristóbal.- Qué más dará, querido amigo, si se llama Natalio de Babilonia o Jesús de Nazaret.

Luiggi Pirandello

1 comentario: