domingo, 21 de noviembre de 2010

Perdido

Entre la avenida de la desgracia
Y la glorieta de la desesperación
Yace arrugada y marchita
La letra de una triste canción

Canción de cuna de viejos
Lamento de un joven tristón
Que llora amargamente
Lo que no fue sino una ilusión.

Apaga las luces sereno
Que hoy libra hasta la luna
Pues no hay luz que valga
ni juerga, ni bailes, ni tuna
para quien entre su pecho esconde
una oscurísima gruta
hecha excavar por llantos
que resbalan su garganta cruda
y traspasan como espada
su alma pura.

José Arcadio Buendía

Cuando la vida es muerte



Hoy vuelve a escocermela herida,
hoy todo lo escribe mi pena.
Conservo el poema más triste,
regalo la fe que me queda.
Hoy vuelvo a olvidar al olvido,
hoy muero sin tu amor en vena.
Las almas que aún siguen vivas
me vieron perder la cabeza.
Conocí una vez a mi suerte
y nunca supe más de ella.

Si toda mi sangre está helada,
si vivo en la gris primavera,
si existes sólo cuando duermo,
si no puedo ver más mi estrella,
si nunca asumo mi derrota
si no quiero cumplir condena
prefiero esperarte en la orilla,
a ver qué me trae la marea.

Luiggi Pirandello

Muerte pa´ tos



¿Quién decide cuando la vida merce la pena ser vivida? ¿Cuál es el punto en el que el dolor es tal que el hombre decide que es mejor no vivir? ¿Hay un baremo objetivo para medir un poco de dolor, mucho dolor y el dolor insoportable? Parece ser que sí, ya que el Gobierno, ese nuevo dios de los sin Dios, se ha eregido en potestad legítima para decidir cuando vivimos y cuando morimos. En efecto, tras el anuncio de ese ser diabólico de nombre Rubalcaba de que en marzo tenemos una ley de muerte digna, se ha abierto un oceáno donde el Estado se convierte en dueño y señor de nuestras vidas.
Para empezar, sólo la vida puede ser digna, pues tan sólo es aplicable tal adjetivo a seres vivos que se comportan como tales: por ejemplo, una leona que caza es una digna leona, una rosa con un olor capaz de encender nuestras pasiones es digna de su nombre, un hombre trabajador y amante de su familia es un hombre digno de ser llamado como tal. Ahora bien, la muerte es muerte y la dignidad de la misma depende del comportamiento en vida de la persona que muere, no de la manera de morir.
Pero dejando atrás las disquisiciones lingüísticas, el endiosamiento del Estado revienta desde dentro la autonomía del ser humano. Alguno creerá que exagero, cuando en realidadcuando en realidad me quedo corto. Y es que, con la nueva ley, uno puede decir que quiere morir, pero en última instancia esa decisión no será de la naturaleza como hasta ahora, ni siquiera del propio individuo que decide morir, sino del Gobierno que es el que permite que la decisión del individuo se lleve a cabo o no.
Pero es que, además, esa decisión del individuo puede estar viciada por el propio dolor. Quien ha sufrido una enfermedad grave sabe que hay momentos muy duros en la desdicha que pueden provocar una ceguera provocar una negrura total del ánimo. Pero también saben que ese momento de oscuridad puede pasar. ¿Y que hacemos con todos aquellos a los que matemos porque en un momento de desesperación puntual han decidido dejar de vivir? ¿Hará el Gobierno todopoderoso una ley que permita resucitar a nuestras familias?
Para rematar la faena, el Gobierno dice que será para los casos de enfermos muy graves, cuya recuperación es inviable. Sin embargo, ¿quién decide esa situación? Pues sí, el Gobierno, que ha conseguido, por fin, el baremo objetivo del dolor: el Zapaterómetro, un sistema infalible que decidirá si sufre más el comatoso que el tetrapléjico; el quemado que el sordomudo y ciego; o el infartado que el suicida sin trabajo cuya mujer le engaña con su mejor amigo. Pobrecitos, no se dan cuenta de que ese endiosamiento acabará como aquella reunión familiar en la que cada cual pedía de beber una cosa distinta hasta que el camarero se cansó y exclamó: Coca cola pa’ tos.

Lester Burham

sábado, 6 de noviembre de 2010

La España que se va a encontrar Benedicto XVI




Apenas quedan dos días para recibir a Benedicto XVI por segunda vez en nuestro país. Y algunos ya están mostrando enseñando su verdadera cara ante esta visita. Da lástima ver los paupérrimos, cutres y catetos actos organizados contra la visita papal. Pero éstos no son más que un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Ya lo dijo aquél: la crisis económica es una crisis de valores. Pero no sólo la avaricia o la codicia han provocado esta devastadora situación; el desprecio hacia la persona y la familia que sistemáticamente (aborto, divorcio, adopciones, pensiones,...) ha demostrado el gobierno socialista también ha ayudado a la caída del ahorro fomentando una mentalidad eminentemente consumista y diabólicamente individualista.

Y esta es la verdadera España que se va a encontrar el Papa: una España que finalmente ha dejado de ser católica. Pero no por el mayor o menor porcentaje de asistentes a celebraciones religiosas, sino porque los valores católicos (que podemos resumir en haz el bien y evita el mal) han quedado sin dueño, marginados por la frivolidad laicista del “come, bebe, regálate”. En este contexto, la libertad se ha convertido en libertinaje y el verbo amar, arcaico y ultraconservador, se ha sustituido por follar, mucho más acorde a la cultura del placer que se nos impone a los hijos del siglo XXI. Pero aquí no acaba la cosa: mentir es ahora “una forma de hacer política” y los chorizos se justifican en que “todos hacen lo mismo”. ¡Acabáramos!: he aquí el quid de la cuestión: nadie quiere ser menos que nadie. Y eso, que bien podría ser afán de superación se convierte en envidia. Es lo que tiene ser hijo de este tiempo, que convierte la virtud en vicio consagrándolo como derecho. Que Dios nos coja confesados (con perdón de la blasfemia).

Mickey Walsh

lunes, 1 de noviembre de 2010

Vuelta en tren

Asientos azules y grandes ventanales,
así es el entorno durante este viaje.
Pasan colinas, ríos y árboles.
Dejamos atrás incontables pueblos y ciudades.
Las horas pasan lentamente,
mientras que el sueño se apodera de nuestra mente.
Aparece la playa, gente que no recuerdas,
cuando, de golpe, despiertas.
El altavoz anuncia el nombre de un pueblo desconocido
y no te habías dado cuenta de haberte dormido.
El paisaje invita a pensar, recordar, sopesar.
Vuelta a casa es vuelta a empezar.
El viaje quedará en simple recuerdo.
¿Hiciste bien en partir?
¿O quizá no deberías intentar huir?
De seguro has pasado buenos momentos.
Las horas pasan lentamente,
mientras que el sueño se apodera de nuestra mente.
El altavoz te trae a la realidad,
anuncia la inminente llegada a la ansiada ciudad.
Te desperezas para bajar en la siguiente estación,
y poder abandonar alegremente el traqueteo del vagón.

Lord Henry Wotton

Nadie más la quiso















Se despertó y anduvo hacia la ventana.
Llovía como aquel día,
pero esta vez lo veía desde un tercer piso, en lugar de desde una azotea.
Esta vez estaba sola, en lugar de estar con él.

Hacía ya más de un año, pensó,
de aquellas risas y aquel cariño.
Buscaba errores en vano,
trataba de recordar algún momento
en que él hubiera demostrado no qererla bien... sin exito.
Por más que escrutaba en su alma y su memoria
sólo hallaba el mal que ella misma causó.
A pesar de que mostrara al mundo la felicidad del olvido,
guardaba en sí misma la amargura del arrepentimiento.

Y aunque tratara de huir con todas sus fuerzas,
la terrible conclusión la alcanzó:
“No hay nada peor que desconfiar de quien confía.
No hay nada peor que no esperar en la esperanza.”
“No hay nada peor que no terminar bien…
pues un mal fin es siempre el comienzo del peor de los finales.”

Rick Blaine