viernes, 9 de abril de 2010

¿Se acuerda usted?

Paseando tranquilamente por el centro de nuestra querida Villa de Madrid (Dios nos libre de don Alberto y su incesante búsqueda del tesoro bajo calles y pavimentos) iba yo conversando tranquilamente con un amigo, contemplando al tiempo discurrir pausadamente entre las estatuas de hombres ilustres que rigen hieráticas la Plaza de Oriente. De súbito, nos detuvimos pasmados ante la belleza y majestad de la estatua ecuestre del buen rey don Felipe que preside el lugar, a admirar su porte orgulloso y su mirada serena que ha visto pasear a mil y un paseantes en estas tardes de domingo primaveral.

- ¿No le parece a usted, señor Voltaire, que nos trae de cabeza todo este asunto de la memoria histórica esa que no dejan de ponernos hasta en el café?

- ¿A qué se refiere, señor Francisco?

- Pues a que al menos un servidor no alcanza a comprender a qué se debe toda esta trifulca que nuestro buen Gobierno se trae entre manos, todo eso de desenterrar a los muertos que en paz deberían descansar…Si al Gobierno le interesa tanto levantar estatuas y meterlas en algún rincón oscuro, ¿no debería ya de paso erradicar de nuestras ciudades toda efigie que vigile nuestras calles? Al fin y al cabo, todos han sido gobernantes de esta nuestra España, todos tuvieron sus mases y sus menos, todos en mayor o menor medida acabaron a sangre y fuego con sus enemigos, como era uso en la época.

Esta reflexión ocupó mis pensamientos todo el camino de vuelta a casa, calles del Conde Duque, del Cardenal Cisneros, Almagro, Fernando VI, Felipe II….tantas otras de todos conocidas que sería inútil citar aquí.
Y don Francisco tenía razón, ¿qué sentido tiene dedicar nuestro tiempo y energías (más aún a día de hoy, viendo cómo está el patio) a tan fútil proyecto como es el de sacar de nuestras calles las estatuas de los grandes nombres del pasado?
Muchos no se dan cuenta (o no quieren acordarse) de que la Historia de todos los países la escribe Dios con la pluma de los hombres y la tinta de su sangre (y aquel que lo dude, que cuente con que un servidor le pague un billete sólo de ida a alguna isla bien lejana). Es poco menos que estúpido olvidar que las fronteras de nuestra España se han creado y defendido con la sangre de mil valientes y mil villanos llamados a ser valientes durante medio milenio. Y si nos remontamos más aún en los anales, ahí están para dar fe de ello las legiones de Roma, las hordas visigodas y las mesnadas cristianas que una tras otra han ido sucediéndose y luchando a brazo partido contra el enemigo que tocaba… es cierto, quizás es triste y nos compunge pensar en la miríada de vidas humanas que fueron sacrificadas en el proceso…aunque a todos nos quede muy lejos para sentirnos mal de alguna manera. Y si no tristes, un servidor aboga por al menos sentirse agradecidos por el tamaño sacrificio de nuestros antepasados, que se dejaron la piel para que nosotros pudiéramos heredar nuestra España.

Volviendo al centro del tema, ¿a alguien se le ocurriría defender que la Historia de España, de Europa o del mundo entero podría ser la misma suprimiendo todas las guerras y las muertes y el sufrimientos de tantos?
Por supuesto que no, pero no por ello dejan de llegar ominosos personajillos que afirman que todos esos males necesarios podrían haberse evitado, que si el diálogo, el despotismo de los gobernantes de antaño, la intolerancia religiosa, la ambición del imperio universal… ¿Podría alguno de esos señores (sic) pararse un instante a pensar que hace no tanto, la violencia era el pan de cada día y la vida de un hombre no valía mucho más que las ropas que llevaba puestas? Obviamente no, de repente todos somos unos genios y al contemplar ese “bárbaro” pasado nos damos cuenta de que absolutamente todos los que vinieron antes que nosotros eran más estúpidos, más brutos, más cerrados de mente y por supuesto, menos demócratas y “progres” que nosotros. Y es que los tiempos modernos (pues el bienestar nos hace cómodos, la comodidad nos hace ociosos, y ya sabemos que la mente ociosa es el patio del Diablo) nos traen el gran peligro de querer comparar toda la Historia con hoy sin tener en cuenta precisamente eso, la Historia. Porque nunca debemos olvidar que las comparaciones son odiosas, y si son sacadas de contexto (y ruego a cualquiera que se crea capaz, venga a discutir si hay mayor y más didáctico contexto que el histórico) mucho más si cabe.

Y son exactamente estos individuos los que vienen indignados (porque de repente descubren que había gente que moría en el pasado, ¡vaya sorpresa, don José Luís!) a no digamos pedir, no, sino a exigir en nombre de sabe Dios qué farándula ideológica que desenterremos a nuestros muertos y nos carguemos las estatuas de los hombres que dieron molde y forma a España.
Lo más curioso es que a estos caballeros (sic) se les olvida (bendita amnesia selectiva) que más de uno de sus adorados líderes ya enterrados también goza del privilegio de quedar inmortalizado en una estatua que preside algún lugar de, por ejemplo, esta la Ilustre Villa de Madrid. Con nombres y apellidos, hace unos años nuestro buen Gobierno creyó que la estatua ecuestre del Generalísimo en Nuevos Ministerios “no era del agrado de la mayoría de los españoles” (supongo que el señor Ministro del momento nació con el don de la clarividencia, porque que un servidor recuerde no se celebró encuesta, censo o referéndum al respecto) y mandó retirarla. Sorprendentemente, a no muchos metros de distancia pervivía otra de un señor llamado Largo Caballero (para quien no se acuerde, Presidente del Gobierno y Ministro de Guerra durante parte de la Guerra Civil), que si no recuerdo mal (hace tiempo que no paso por delante, pido disculpas si me equivoco) sigue allí, hecha y derecha.
Pero claro, aunque el Bando Republicano fusilara sumariamente presos (quien no recuerda Paracuellos) y cometiera atrocidades innombrables en nombre de la Democracia y de la República no cuenta porque eran socialistas, o liberales, o sindicalistas, o lo que usted quiera, pero a ojos de algunos, estos muertos no cuentan.
Porque amigos, ahora vale decir que unos murieron en nombre de la intolerancia política y religiosa, del viejo orden y son de bellacos para arriba; mientras que otros que obraron tan mal o peor que estos según el caso son mártires de la libertad y de la democracia. Y quien no me crea, que lea un poco y se fije de qué maneras distintas ha tratado la Historia a Hitler y a Estalin, que se fije en que, curiosamente, los muertos (que son más que los que provocó el primero) del segundo no figuran con una décima parte del bombo y platillo que los del primero.

Puestos a quitar estatuas, quitemos todas las habidas y por haber, las de los reyes y presidentes de república, las de los de derechas y las de los de izquierdas, las de los del Norte y los del Sur. ¿Nos hemos vuelto locos? Ah no claro, sólo valen las de los que no están en gracia con quien tiene el poder hoy en día, el resto que no las toquen que atentan contra el Patrimonio Histórico.
Y es eso lo que me repatea amigos, que de un día para otro un par de “intelectuales” de esos que están tan de moda hoy en día vengan a aconsejar a nuestros duchos (cuanto menos) dirigentes políticos y les convenzan de que lo mejor ahora es hacer partidismo con todo y ser partidista con la Historia de nuestro gran país.
Y mi parte favorita, de repente son estos mismos impresentables los que vienen ondeando la inmaculada e inatacable bandera del “Espíritu de la Transición” (si el señor Suárez pudiera, los correría a gorrazos). ¿Espíritu de la Transición? Yo no tuve ocasión de vivirlo y conocerlo de primera mano, pero por lo que he llegado a saber se trató de poner a todos, de todos los colores, de acuerdo en un proyecto común, olvidando rencillas y perdonando ofensas de hace mucho tiempo, para crear algo nuevo…que alguien me explique por favor cómo demonios se cierra una herida si alguien te mete un palo en ella y no deja de removerlo. Y ni se te ocurra quejarte, que serás de franquista y reaccionario para arriba.

En fin amigos, es lo que tiene vivir gobernados por cuatro impresentables que mejor harían en pedir empleo como vendedores de palomitas en el cine de al lado (si no lo cierran el canon digital, la SGAE, los catalanistas o todos sus primos feos juntos, pero ese es ya otro tema) que se venden por los votos de un grupo de inadaptados y rencorosos demasiado ocupados con sus complejos personales como para ver más lejos que sus propias narices e intentar levantar España.

Que Dios nos coja confesados.

Voltaire

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