jueves, 4 de marzo de 2010

¡Abajo el progreso!

No perdono al progreso. No perdono al progreso la locura que ha desencadenado la dulcura de sus efectos. Pues las gentes del progreso no han sabido interpretar su mensaje. El epicentro de mis naúseas tiene nombre y apellidos y supone la convulsión de mis constantes vitales hasta límites insospechados. La necesidad de ostentar una condición más acorde con los tiempos que corren es parte del equipaje de mano para sobrevivir a la voracidad de nuestra vetusta personal. Me corroe el nerviosismo cada vez que la subdesarrollada racionalidad de las niñas de papá les hace triunfar ante la mirada impasible del resto de los mortales. La vida se ha convertido en un escenario perfecto para dirigir los hilos de pobres amantes convertidos en marionetas. Además no desentonan con su revolucionaria personalidad puesto que los desquiciados amantes que querían de verdad a sus respectivas novias no forman parte de nuestro nuevo sistema progresista. Afilo mi pluma cada vez más para conseguir la derrota inminente del amor mentiroso, de amigos que se niegan sin razón a arrimar el hombro y de aquellos pseudoprogresistas que aniquilan el sueño romántico noche tras noche. Ojalá mi pluma desgrarrara la sangre del cinismo y se mezclara con la tinta formando un río de arrepentimiento sinciero. Ojalá todo esto le haya servido a alguien para calmar su desdicha. Me encantaría que algún día ellos obtuvieran su sana venganza.
No obstante, vuelvo a la tranquilidad al saber que el cancerbero de los sueños impedirá la entrada a espíritus crueles con sus propias esperanzas. El desconsuelo circula por mis pupilas agrandadas con imágenes psicotrópicas alimentando mis ganas de robarle el látigo al progreso. He visto mundos en los que mujeres desprovistas de espíritu crítico rompían con el molde en el que quedó anclada su olvidada infancia. Muchachas sinceras me han convidado a un trago de amistad sin yo saber que al final de dicho festín no tendrían medios para pagar la excesiva factura. Me han engañado las gentes del progreso haciéndome ver que estábamos solos en nuestro universo obsoleto. Día tras día me acabo percatando de que nacieron enclaustradas en una personalidad que tarde o temprano les hará perder el sentido de lo que está bien o de lo que está mal. El progresismo les envenena poco a poco consiguiendo el objetivo que precisamente pereguían sus adeptos: poder parecer algo que realmente no son y así poder "vencer" a los valores que impone la propia dignidad.
Si supiérais, progresistas, lo que os estáis perdiendo rogaríais al Cielo una tregua a cambio de vuestra verdadera felicidad. Pero para ello, amigos, no es preciso profesar el progresismo.

Luiggi Pirandello

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