Hablando con uno de mis íntimos amigos hace unos días, me relató que al estar viajando, como para muchos de nosotros es habitual, en metro volviendo de la universidad, fue violentamente apartado a un lado por una mujer de mediana edad, estola y bolso blandidos al aire abriéndose paso cual explorador a golpe de machete, al susurro de “aparta”. Mi amigo, anonadado por tan dantesca situación, quedó atónito pero lo comentó en tono jocoso con un compañero que con él viajaba, para quitarle hierro al asunto. Total, que la individua en cuestión lo oyó y se volvió para llamarles de maleducados para arriba, que qué es eso de no respetar a los mayores, que los jóvenes de hoy no respetamos nada ni a nadie, que si mucho dinero y poca educación y todos esos clichés que más de un sobrevenidamente enajenado suelta cual ametralladora ante el mínimo atisbo de falta de cortesía por parte de un joven. Mi amigo intentó manejar la situación lo mejor que pudo, pero era inevitable que todos los rostros del vagón se volvieran hacia ellos con sendos y adustos gestos de desaprobación, con miradas inquisitivas que no aceptarían ninguna, no digamos ya excusa, puesto que en este caso ni siquiera era debida, sino mera explicación de lo que sucedía. Como espectadores perezosos que se saltan el primer capitulo de una serie, se permitieron el lujo de opinar sobre el segundo sin contemplación alguna.
Total, que mi amigo acabó como el malo de la película.
Y es que las formas se han perdido.
Sin duda que las generaciones de hoy no tienen los mismos modales que sus padres a su edad, y sin duda estoy de acuerdo en que a más de uno deberían pegarle los curas con la regla de madera o hierro en los dedos. También quizás chuparse una buena guardia en la milicia a 4 o 5 grados bajo cero a altas horas de la mañana les quitaría a muchos “jóvenes” de hoy la tontería del cuerpo.
Sin duda la apertura a la democracia en las última décadas ha traído cosas buenas, pero no es menos verdad que los modales y las buenas formas más elementales, como el saludar a los vecinos que uno se encuentra en la escalera la mañana del odiado y denostado lunes al salir de casa, se han ido, con perdón y salvo excepciones, totalmente al garete. Y es que tras 1975 se puso de moda reaccionar contra todo lo anterior, viniera o no de mano de la obra del Caudillo, todo lo que estuviera vigente durante esos 40 años debía ser sacado a patadas de las calles en nombre del progresismo, la libertad individual (al cuerno el orden público y el respeto a la autoridad) y sabe Dios cuantas más tonterías.
Y no digo tonterías porque lo sean como tal. ¿Libertad? Pues sí, mire usted, pero dentro de unos límites, me parece bien que usted vote a Fulano o a Mengano, pero no ande usted sobre mis zapatos sonriendo y diciendo que lo hace porque es libre de andar por donde quiera. Tonterías las justas. ¿Progresismo? Bueno, me parece justo y necesario que ciertas cosas cambien, que la gente pueda elegir el color de su coche, que nos traigan una lavadora más moderna de Alemania, que ahora tenga que aguantar a 30 000 idiotas en la tele en vez de a los 4 de siempre…lo que me toca las narices es que cualquier desgarramantas de turno venga a justificarme la chorrada de la semana diciendo que es progresista, que en Europa y en Hong Kong se lleva, que si no se hace se es de carcamal o reaccionario para arriba…
Bueno, retomando el hilo de mi historia tras este “excursus” mental (si hay algo que me gusta de estudiar Derecho son los pseudónimos que tenemos para decir paja mental). Es verdad, como dije antes, que comparativamente los jóvenes de hoy en general pasan a pies juntillas por la educación cívica (no entraré en el fangoso y muy oscuro terreno de la obligatoria y universitaria, porque podría no acabar nunca) y que sería bueno imponer un poquito de disciplina (con el permiso de los señores socialistas y sus leyes anticachete) para que esto no pareciera una jungla de autistas enchufados todo el día al iPod que no son personas en el transporte público.
Y es verdad que a mi, como joven me fastidia enormemente que me puedan poner, como a mi amigo, la etiqueta de grosero y maleducado por el mero hecho de mi edad, cuanto todos los días me encuentro personas de toda clase y condición nacidas y criadas en las “Épocas Gloriosas” comportándose como auténticos energúmenos. Sí señor, me repatean las tripas todos aquellos que vagan por la vida cuales sabios intocables poseedores de conocimientos perdidos de tiempos antiguos, la cabeza alta y el bisón en la pescadería, que al mínimo desaire o, mejor, sospecha del mismo, montan rápida y fulgurantemente en cólera pregonando el caos y la anarquía de los días presentes con frases ya tan tópicas como “a donde vamos a parar” o “esta juventud de hoy en día”.
Me hincha las narices que cualquiera que naciera 20 años antes que nosotros tenga por ese mero hecho, permiso para andar por la vida como bien le venga en gana y echarnos a nosotros las culpas de todos los males del mundo habidos y por haber, sin preocuparse ellos ni por un instante de cuidar su comportamiento y atender a las buenas y debidas formas que deben regir la sociedad.
Y hablo así de las señoras mayores que creen que un autobús de viaje es su tertulia con ruedas y hablan de proa a popa cuales verduleras en la lonja del pueblo, comentando las gracias y desgracias de su vecino, nuero o consuegro.
De los vecinos que en la escalera ante el saludo matutino bajan la mirada y escapan sigilosamente, fingiendo que eso no va con ellos y autoeximiéndose de la diríamos obligación de devolver el saludo.
De los incívicos que andan por la calle como les viene en gana, ladeándose de lado a lado y cortándonos el paso cuando vamos con algo de prisa.
De los impresentables que guiados por el mal consejero del estrés y la premura desconsiderada chocan con nosotros en la vía pública y continúan sin volverse ni pedir una mísera disculpa por tal accidente.
Y podría seguir hasta morirme, de los repartidores de propaganda indiscriminada, de los camareros poco afables (cuanto menos) de algún restaurante, de los peatones que cruzan por medio de Castellana como si pasearan por el campo….y tantos, tantos más.
En fin amigos, que bien fácil es pedir de los demás lo que uno mismo no está dispuesto a dar. Y qué difícil inspirar y educar por el ejemplo, vistos los tiempos que corren.
Que Dios nos coja confesados.
Voltaire
La llegada de la Democracia no tiene nada que ver con la decadencia de la buena educación... La libertad y el respeto van juntos de la mano. Dios nos libre (incluido a vosotros, seais quienes seais) de que otro señor, rojo, azul, verde o amarillo, nos obligue a respetar algo que detestamos.
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