martes, 10 de noviembre de 2009

Don Porfirio y Doña Excusa






Don Porfirio, fiel vividor del letargo, vivía empeñado en conocer al inventor del pecado. Pues no conseguía llegar más allá de lo que pecar suponía para los actos del ser humano. Cuando pasaban los días, la penumbra invadía la claridad de la que a su mente le encantaba presumir. Su alma era un carácter poseído que le impedía actuar tal y cómo los cánones de sus paganos dioses le obligaban a ejercer. Doña Excusa era su vida y todos los problemas de su miserable existencia venían guiados por los instintos de Ésta. Nadie, ni científicos ni historiadores (grandes conocedores de tan complejo enredo) consiguieron atisbar la causa por la cual Doña Excusa le negaba pequeños placeres diarios. El dilema no era baladí puesto que Don Porfirio se devanaba las meninges intentando hallar una manera de prescindir de ellos. Pero no lo conseguía. Sus manifiestas ansias de detener el tiempo se veían frustradas por el decoro de Doña Excusa. No fuera que las vitrinas mostraran a un pobre diablo (mortal) postrarse ante sus divinos pies. No creo, no lo creo y juro que jamás creeré que pudiera prestar atención a cómo pasaba su vida mientras era manipulada por el antojo de Doña Excusa.
Desgraciado acertijo de divagaciones que probablemente fueran exageradas. Era su amor el que lo guiaba por una senda de oscuro desconsuelo. Es ver su cara en la mente de otro mortal, las pesadillas que nadie puede poner fin. Y Doña Excusa no se da cuenta. Vive impasible ante el grito de su canción desesperada. Y a Don Porfirio los pelos se le ponen como escarpias. ¡Vive y vive Don Porfirio! Que con mis hipócritas consejos no llegarás muy lejos.

A mi querido amigo Javito
Luigi Pirandello

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