domingo, 18 de octubre de 2009

La secta de los ineptos



Allí donde el último ápice de organismo humano persiste, perdura la más afamada de las razas. Es tal que el racismo no ha pasado por sus carnes puesto que ya se han encargado sus venerados miembros de que así sea. Esta pintoresca raza habita en la inmundicia del orgullo y en el espectáculo de la mediocridad. Son pobladores de periódicos increíblemente parciales, televisiones convertidas en califatos e incluso de destartaladas tertulias diarias. Cualquier momento es bueno para que estos tan ilustrados componentes aprovechen para hacer gala de su condición.
La erudición cada vez más barata, reducida al breve conocimiento de la noticia, sirve para exponer teorías de lo más relevantes. En esta secta no es preciso ser experto en ningún campo de conocimiento. Tampoco lo es, ser único valedor de la realidad. Uno de los requisitos más importantes de su decálogo es reunir todas las capacidades propias de un buen charlatán. Ciertamente son muy amigos del dijeque y del penséque aunque ellos todavía no han tenido posibilidad de aceptar su amistad. Las previsiones para esta secta se antojan favorables debido a la aparición ininterrumpida de asuntos que tratar.
Las universidades involucionan a marchas forzadas sin darse cuenta de la cantidad de charlatanes en potencia que habitan en el corazón de sus pupitres. El problema no parece tan grave, siempre y cuando el buen y jovencito charlatán le enseñe a su progenitor el título de una carrera que ni tan siquiera él quería hacer.
Lástima que no se aclaren respecto a su filosofía: escepticismo unas veces, ingenuidad en otras, pero, en suma, charlatanería. La estrategia resulta ser bastante clara: en caso de emergencia, tire del noble recurso de la descalificación con tal de distraer las lagunas de la propia argumentación. Eso sí, el talante es el último de los papeles que uno está permitido a perder. La tolerancia ya es otra cosa distinta.

Luiggi Pirandello

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